LA GRAN DEUDA EN LA ERA DE LA 4T: INSEGURIDAD, EL ETERNO RETORNO.
En días pasados me brindé la oportunidad de recorrer algunos rincones del país: desde Tijuana hasta el sureste mexicano.
Percibí el aroma de la desconfianza respecto al extraño que llega y la belleza que subyace en la perla tapatía, que arrastra a más de uno a no permanecer ajeno a lo que se te presenta como tal; la imposibilidad de querer pasar por alto y ser indiferente a la fogosidad y aprensión de las costeñas; en sus cómodas y escasas prendas que portan; con el afán inútil en su intento de sofocar el calor tropical, de naturaleza explosiva en el mínimo coqueteo de quien se siente segura en sí misma, como firmes y turgentes depositarias de la pasión y el fuego primitivos en la génesis de un universo creador.
Percibí el olor a muerto, a heridos, a amenaza, y a desesperanza en más de un pueblo. Lo mismo en Morelia, que en Guadalajara, la CDMX, Veracruz o Coatzacoalcos, Guanajuato, León o Tijuana, Ecatepec o Valle de Chalco.
Hospedado en las cercanías al barrio bravo de Tepito, colindante con los grandes mercados tradicionales de la Merced, en República de Uruguay o el centro histórico, escuché el mismo lamento, la misma situación en más de uno que quiere expresar su sentir: —Está de la patada.
«—Cuídese. Era la letanía obligatoria, en cada paso, en cada vía, en cada trago.
No pude distinguir en mi trayecto obligado, un remanso de paz, un sosiego o un oasis en un país sumido en la violencia, ante la complicidad o anomia de las autoridades en sus diversos órganos de gobierno; una pasividad que se antoja a contubernio.
Lo expresó el guía que nos mostró la Bocamina de San Cayetano en Guanajuato:
«— Cuiden a sus hijos. No se distraigan, menos en el centro de la ciudad. Es probable que ya no vuelvan a verlos.
Y como ave de mal agüero que se presenta en el momento menos esperado, se siente el escalofrío que recorre con intensidad cada centímetro de cada cuerpo ahí presente. Lo mismo en el turista canadiense o finlandés, japonés, e italiano o el tijuanense. Las miradas que dudan se perfilan de un rostro a otro.
El guía no vuelve a pronunciar palabra alguna. Lo maravilloso del recorrido quedó sepultado como achichincle ante el derrumbe inesperado en pleno apogeo de la mina con sus riquezas de oro y plata.
Así lo manifestó el director de la Escuela de Medicina del Instituto Politécnico Nacional, IPN, frente a centenares de padres de familia que fueron convocados por el ingreso de los aspirantes a la centenaria escuela.
«—Ustedes, mejor que nadie, saben cómo están las cosas en la ciudad y en todo el país. No arriesguen a sus hijos, cuídenlos. No se arriesguen.
«— Nos corresponde a nosotros cuidarlos aquí dentro, cuídenlos ustedes ahí afuera. —Afirmó.
Lo pronunció el ciudadano, el taxista, el obrero y el profesionista:
«—Lo único que queda, si es que existe, es la esperanza.
Frente a esta necedad sexenal —la inseguridad— el aún gobernador de Veracruz se atreve a afirmar que el índice delictivo está a la baja, en tanto que un munícipe en la frontera norte lee su tercer y último informe maquillado de resultados, pronunciando su fárrago en un espacio cerrado, frente a un auditorio cautivo de incondicionales.
Contra el primero le refiero los disparos efectuados, a media tarde, en pleno centro de una localidad que se ha vuelto famosa por su alta incidencia delictiva, la cifra de muertos y hechos delictivos de alto impacto, aún y con toda la presencia de la guardia nacional; y contra el segundo, el repudio unánime de una ciudadanía que supo escoger lo diferente ante la nefasta decisión del aún alcalde en sus pretensiones de reelección.
Palpé con mano propia el dolor y la desesperanza, el desempleo —y con ello, la pobreza como resultado— y la veleidad en la vida. Ese dolor que cuesta asumir porque son, simplemente, razones irrisorias las que subyacen debajo de él.
Descubrí la voracidad de los líderes —campesinos— que protestan por la falta de apoyo al campo, en la plancha del Zócalo de la CDMX, culpando de todo al actual presidente de la república. Con razón o sin ella, la verdad es que han sido un lastre para las organizaciones civiles que sólo sirven de parapeto para intereses particulares.
Le pregunté a más de un manifestante: ¿De dónde viene? ¿Por qué se manifiesta? ¿Qué sabe de los programas de gobierno? ¿Qué cultiva? ¿Cómo le va con la cosecha? ¿Cuántas hectáreas de terreno tiene? ¿Riego o temporal? Las respuestas fueron evasivas, dudosas, sin contenido, vanas.
Mientras cuestionaba, los líderes de los manifestantes convocaban a una rueda de prensa con un variado, rico y costoso desayuno buffet en un reconocido restaurante, en las inmediaciones de la Plaza de la República, —Monumento a la Revolución—, mientras que afuera, en las arterias aledañas, los marchantes apenas si se alimentaban con una torta de tamal, un vaso con café, té o champurrado, a un costo irrisorio.
Recorrí calles, avenidas, carreteras y autopistas destrozadas, principalmente en suelo veracruzano. Tal parece que Veracruz se merece el gobierno que los representa. Acotado en su sino, cercado por la inseguridad transexenal, el estado parece que aún no toca fondo con tantos hechos delictivos; y, sin embargo, ningún evento sorprende ya a la insensibilidad de quien vive de cerca el viacrucis del miedo y persevera resguardando su silencio que es el salvoconducto para continuar subsistiendo.
Y luego las réplicas de las masacres en la unión americana: colofón del odio y la intolerancia, los incendios al transporte público en el EDOMEX, proemio de que alguien no tiene el control.